Aquel Retrato.


Me despierto en la madrugada, la voces aclaman por que continué con aquel retrato, me susurran que lo termine, me empujan hacia aquel salón lleno de cuadros, lienzos, y borradores hechos trizas, menos uno. Ese cuadro en específico, hacía que temblara y dudara de que yo fuera el creador de semejante obra. Si lo veía fijamente sentía como el retrato cobraba vida, como intentaba salir de aquel caballete, a veces oía un sonido burbujeante proveniente de el, cuando lo tocaba, ardía era como tocar metal caliente. No puedo terminar eso, siento que si lo hago saldrá finalmente y comenzara a perseguirme por toda la casa, hasta acabar conmigo, pero las voces, esa energía imperceptible pero tan densa, es peor que el propio cuadro. Las voces me persiguen, me hablan, me gritan, me aclaman, a que lo termine. Es tan hostigante, ni porque me vaya lejos de casa, o me lance a un lago congelado, las voces no se callan, no me dejan. Ellas solo quieren que termine de hacer ese cuadro. Y hoy será el día, tal vez la paz llegue con la muerte, en garras de este ser desagradable, quizás desate un monstruo que acabe con todo, después de mi muerte. Pero eso no importa, solo quiero callar esas voces, solo quiero calma. Tomó el taburete y el pincel, era hora de terminar con esto. 

 La madrugada se fue volando, y el amanecer inició con el grito de una joven sirvienta. La sala se encontraba llena de pintura negra burbujeante, el calor era insoportable y en centro se encontraba el cuerpo de su amo, tirado cubierto de tinta con una caballete encendido en llamas rojas envolventes. La joven gritó por el estupor del momento, más fue callada al instante por una mano viscosa, sus ojos se abrieron intentó moverse y desatarse del agarre de un montón de manos. La situación era surrealista, la sirvienta terminó siendo consumida, volviéndose parte de ese líquido negro que recorría la sala. La habitación quedó en silencio perpetuo, hasta el atardecer. El fuego se había consumido, la habitación se encontraba impecable y en el centro se encontraba al autor, confundido y aturdido, aún no había terminado el retracto descabellado. 

 Las voces volvieron a retumbar en mi cabeza, cuando desperté. La pintura no la había terminado y sentía demasiado calor, estaba agobiado. Hoy seria otro día sin terminar esa aberración. Salí de aquel cuarto maldito y busque a la joven que se encargaba de cuidar la casa. No había rastro de ella, no era la primera vez que alguien se iba de mi hogar sin decir nada, desaparecían y no volvían. Ella era mi ultima esperanza, ya no contratare a nadie, la gente del pueblo comenzara a creer que soy un asesino.

 El crepúsculo había caído, la luz de la luna ilumina una habitación ya conocida. En ella seres que no pueden sentir, ni ver, gritan y se lamentan, quieren salir, quieren paz. Suplican por un fin, recitan para que la muerte de su creador llegue y ellos sean libres. Pasos se escuchan cerca de la habitación, aquellos entes comienza a susurrar entre si y vuelven de nuevo aquel caballete, que ahora ya se vació. El lienzo se tiñe de negro, de caras llenas de sufrimiento, manos y cuerpos pegados entre si que forman una quimera horrorosa. 

La pintura negra comienza a burbujear y las voces de aquellos seres se hacen presentes con la llegada de aquel hombre maldito. Inocente de su realidad enferma, el era el verdadero horror de esa casa. El Pintor maldito, que paga los males de sus familiares, fue elegido para pagar cuentas con el demonio. Maldecido para nunca terminar una simple pintura y solo llevar a pobres personas a un sufrimiento eterno. Su vida no acabará, y el sufrimiento tampoco, las cuentas son grandes y el no tiene apuros en esperar la paga completa. El diablo cumple sus proezas.

Escrito por: Daniela Moreira

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